La keratina para el pelo suele ser sinónimo de pelo lacio o alisado. Sin embargo, el objetivo de esta proteína es otro.
Puede derivarse de fuentes naturales como la lana de oveja, las plumas de pájaro y pezuñas de animales. Pero también puede ser generada sinteticamente, que es la utilizada en la mayoria de los productos cosméticos.
Es rica en aminoácidos esenciales, como la L-cisteína, lo que la hace un ingrediente valioso para el cuidado de la piel y del cabello. Dependiendo de las características de estos aminoácidos, la keratina es rígida o flexible. Por ejemplo, en el caso del cabello, la keratina es flexible mientras que la queratina que encontramos en el cuerno de un animal es dura.
Esta proteína con estructura fibrosa, flexible y fuerte, es el componente principal de la capa más externa del cabello: la cutícula. Es la responsable de proteger el interior del cabello y, a su vez, influye en su brillo y color.
Existen tres grandes factores que dañan la estructura capilar: factores mecánicos (como un mal cepillado o desenredado), condiciones medioambientales y los tratamientos químicos como decoloración o alisados permanentes. Estos provocan que la cutícula se hinche y se abra, lo que se traduce en un pelo seco, frágil, poroso y quebradizo. En otras palabras, con el daño, las fibras capilares pierden esas proteínas naturales.
Su función es rellenar las áreas que perdieron la keratina, reestructurando y reparando en profundidad el pelo dañado. Sirve para eliminar el frizz, aumentar la resistencia de las fibras, dar brillo al pelo e hidratarlo. Como resultado, el pelo se ve y siente más saludable.